Después de visitar el lago de Koman seguimos rumbo al norte. No llegamos a la frontera pero nos quedamos en la última ciudad: Bajram Curri. Nada que destacar: una ciudad de paso para el que quiere ir a las montañas de Valbona o para los que, como nosotros, se dirijen a Kosovo.

Más tarde nos enteramos de que esa zona era conocida por su violencia: venganzas entre familias y demás. Pero a saber… porque aquí todo el mundo te alerta sobre la peligrosidad del vecino: los croatas sobre los bosnios, los bosnios sobre los de Montenegro, los de Montenegro sobre los albaneses… y al final, nada de nada.

Entramos en Kosovo sin problemas y llegamos a la primera ciudad: Gjakova, donde un grupo de adolescentes nos empezaron a dar conversación y acabaron pidiéndonos nuestro Instagram. Nota mental: para los millennial, Facebook ha muerto.

Las millennials, Nora y yo #foreveryoung

Las millennials, Nora y yo #foreveryoung

M99: El mejor hostel en el que hemos estado

Nuestro destino era Prizren, donde teníamos un albergue reservado, el M99.
Llegamos al hostel y nos encontramos con los dueños: dos hermanos completamente distintos que hicieron de nuestra estancia lo mejor de nuestro paso por Kosovo.

Uno de los hermanos, Edis, roza la hiperactividad. Skyrunner (“Como Kilian Jornet!”, me dijo), esquiador, guía de montaña… siempre estaba predispuesto para charlar un rato, para contarnos sus aventuras en la montaña o como trabajador de Naciones Unidas.

Edis el ultrarunner

Edis el ultrarunner

El otro, tranquilo y bonachón, siempre tenía una taza de té para nosotros. Aunque su inglés era un poco de andar por casa (básicamente no conjugaba los verbos: this to be a mosque, this to be a good restaurant…), nos dio un tour por Prizren el primer día que llegamos, enseñándonos algunos restaurantes y explicándonos qué eran los platos de la carta.

Prizren: Mezquitas y mucha comida

Prizren es una ciudad pequeña y se visita en un día. Los principales atractivos son el castillo, las mezquitas y las callejuelas del casco viejo.

Como en el hostel no podíamos cocinar, nos dedicamos a probar toda la comida que el primer día nos presentó el dueño del albergue. Burek de carne, burek de queso, carnes a la brasa, pastel de espinacas, otra más de burek… lo bueno de pasarte el día encima de la bici es que puedes comer lo que te salga de las narices y, aún así, no consigues compensar la pérdida de peso.

Kosovo, mucho soldado pero pocas nueces

Antes de llegar a Kosovo teníamos nuestros recelos. Que si la guerra, que si las minas antipersona… Serbia, por ejemplo, no reconoce a Kosovo como país. Si hubiéramos querido entrar a Serbia desde Kosovo no hubiéramos podido. Según ellos ya estamos en Serbia y, además, de manera ilegal: como no hemos cruzado ninguna frontera serbia, nuestro pasaporte no figura en su sistema pero, por otro lado, ya estamos en suelo Serbio.

Por lo visto, los policías de la frontera suelen bromear con los extranjeros:

– ¿Cómo ha entrado en Serbia?
– Aún no he entrado en Serbia.
– Sí, usted ya se encuentra en territorio serbio (refiriéndose a Kosovo)
– …

Es cierto que durante los cuatro días que pasamos en Kosovo vimos mucha presencia militar. Soldados alemanes, austríacos y turcos. Pero en ningún momento tuvimos sensación de inseguridad. Sobre las minas… más de lo mismo. Únicamente vimos un cartel. Exactamente la misma cantidad que en Croacia (a nadie se le ocurriría decir que viajar a Croacia es peligroso porque hay minas antipersona…).

Después de dejar Prizren pusimos rumbo a Macedonia. Al final decidimos no visitar Pristina, la capital, porque según nos dijeron no tiene demasiado atractivo turístico.

La última noche que acampamos en Kosovo nos sorprendieron dos pastores con un rebaño de cabras. Acabamos bebiendo leche recién ordeñada (yo tenía mis dudas sobre si después nos íbamos a ir por la pata abajo…). Pero no, todo bien. Y así dejamos Kosovo: con el estómago lleno y muy buen sabor de boca.