Workaway es una plataforma de voluntariado. El objetivo es promover el intercambio cultural. Los voluntarios pueden aprender sobre la cultura y el idioma de un lugar mientras viajan y los huéspedes – normalmente escuelas, familias, pequeñas organizaciones – disponen de alguien que les eche una mano en sus proyectos.
Algunos ejemplos de voluntariado son: enseñar inglés en una escuela, echar una mano en una granja, hacer la página web de un pequeño hostel…
Los voluntarios se comprometen a trabajar unas cinco horas al día, cinco días a la semana y a cambio recibir alojamiento y comida.

Buscando un proyecto en Workaway

Hasta aquí la teoría. Una vez empiezas a buscar proyectos te das cuenta de que, del mismo modo en que Couchsurfing se está convirtiendo poco a poco en una plataforma para ligar, Workaway es un lugar donde pequeñas empresas con mucho morro hacen uso de la buena fe de los voluntarios para conseguir mano de obra gratuita.

Hemos visto casos de todos los colores: desde hostal donde tienes que trabajar en la recepción, limpiando baños, etc. a cambio de dormir en una litera (y si el hostel está lleno en un sofá), hasta casos en los que, además de trabajar, tienes que pagar por la comida.
Para evitar problemas, los proyectos disponen de evaluaciones de los voluntarios. De esta manera es más fácil hacerse una idea de cómo va a ser la experiencia.

Adeline’s Villa

Tras el tercer mes de viaje, Nora y yo decidimos que sería una buena idea hacer una pausa de dos o tres semanas y echar una mano en uno de estos proyectos.
Encontramos una eco-villa en la jungla de Malasia en la que buscaban voluntarios para darle un ambiente más internacional al lugar: acompañar a los clientes en las excursiones (senderismo, rafting, barranquismo…), darles conversación, etc.
Vimos que tenían una página web muy básica y pensamos que también les podíamos ayudar con eso.
Les enviamos un par de mensajes y, aunque querían que nos quedáramos un mes entero, acordamos tres semanas de voluntariado.
Nos recogieron en el pueblo y nos llevaron al resort. Nos enseñaros nuestra habitación pero nadie se presentó como nuestro responsable. Preguntamos por nuestras tareas, horarios, etc. y nos dieron respuestas bastante vagas. La información importante fue: si no hay clientes, no hay buffet, por lo que cada uno tiene que cocinarse lo que quiera. Nos dijeron que nos tomáramos el día de relax. La situación era un poco incómoda. Habían insistido en que llegáramos a primeros de enero al resort y cuando llegamos resulta que no había clientes.
La primera impresión no fue la de estar en un pequeño proyecto: Adeline’s Villa se trata de un resort con capacidad para más de 130 personas y 60 trabajadores. Cuando volvimos a mirar su web nos dimos cuenta de que ya de disponían de una – y bastante profesional, por cierto – pero había estado caída durante los últimos días.

Dadnos algo que hacer

Al segundo día les dijimos que, a pesar de que no hubiera clientes, también podíamos echar una mano donde fuera. Nos mandaron al servicio de habitaciones. Hacer camas, limpiar ventanas, pasar la aspiradora…
No es que nos moleste trabajar. El problema era que mientras nosotros sudábamos la gota gorda limpiando ventanas a 30ºC, el resto del equipo se pasaba la mañana zanganeando. Ellos eran cuatro y tardaban el doble que nosotros en hacer una habitación. Y no limpiaban mejor, no.

Cuando al fin llegaron clientes (132 de golpe), nos mandaron a la cocina. Nuestras tareas, como buenos pinches, eran pelar cebollas, ajos, preparar la verdura, abrir almejas… cuando abría el buffet, nos mandaban fuera de la cocina y nos enseñaban a preparar algún postre frente a los clientes. Éramos un poco la atracción del buffet.

El intercambio unidireccional

Tras alguna discusión que otra entre Nora y yo (la situación me molestaba más a mí que a ella), llegamos a la conclusión de que en este “eco”-resort (las únicas trazas ecológicas que encontramos era que los clientes tenían que lavarse sus platos después de comer), de forma quizás involuntaria, se estaban aprovechando de nosotros. La descripción del proyecto tenía poco que ver con lo que en realidad eran nuestras tareas. Muchos días nuestras única recompensa era tener un techo donde dormir porque al no haber clientes, la cocina estaba cerrada.
A Nora le molestaba que en ocasiones nos trataran como si fuéramos inútiles y se sorprendieran al descubrir que, aunque ahora estemos de vacaciones (vale, unas vacaciones muy largas), en Europa tenemos una carrera.
La culpa no creo que fuera de los trabajadores. Si te pones en su lugar, nosotros somos dos europeos que de repente han aparecido en el resort y pululan por aquí y por allá, pero nadie les ha dicho quién somos, qué se supone que tenemos que hacer…

See you later, aligator

Cuando las 132 personas se marcharon (y con ellos la carga de trabajo), decidimos que ya estaba bien. Un total de dos semanas nos había servido para tener un primer acercamiento con Workaway y, en próximas ocasiones, ser un poco más cautos a la hora de elegir los proyectos.